“Comunicamos lo que sentimos”, leía ayer en la columna del periodista Martí Gironell en El Periódico. Estoy totalmente de acuerdo. “Una cosa es explicar y otra muy diferente comunicar. Comunicar es dar un paso más allá. No solo implica saber explicar nuestro mensaje -que se entienda-, sino que además llegue a nuestro interlocutor”. Cierto, muy cierto. La comunicación parte de la convicción.
Ante esta realidad, existen dos posibilidades: que realmente nos creamos lo que estamos explicando y deseamos comunicar, que lo sintamos, que forme parte de nosotros, o que hagamos teatro. En este último caso, o somos muy buenos actores (algo que sucede en la minoría de los casos), o el resultado es un fracaso absoluto.
Cuando hablamos en público sobre un tema, nos sentimos más cómodos si dominamos el tema y si nos lo creemos: eso nos da seguridad. Cuando explicamos algo de lo que estamos convencidos, en lo que creemos y que compartimos, transmitimos esa ilusión, esa energía, esa convicción (o al menos lo intentamos).
“Si una explicación a menudo se queda en la superficie, una buena comunicación tendría que ser capaz de entrar y remover la conciencia de nuestros interlocutores, esto es, llegar a las personas, comunicarse”, escribe Gironell, y se pregunta: ¿Tendrán este arte los nuevos ministros? Y todo viene al hilo de la primera intervención que hizo Rubalcaba como portavoz del Gobierno, tras la última remodelación del gabinete, en la que prometió una excelente comunicación con los ciudadanos.
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